El taller de Jar II (Segunda época)

lunes, 23 de enero de 2012

Cuarenta años de la publicación de Cartero.

Trabajo de largo aliento. Eso se podría decir de esta nota sobre la primera novela de Bukowski, que la empecé en junio y salió publicada en diciembre de 2011. Mitad de año muy bukowskiano el que viví mientras escribía el artículo, donde fue genial descubrir al tipo real detrás del mito.

Hace mucho que quería leer esta novela y escribir sobre ella. En parte porque trabajé como cartero durante diez años. Por eso, cuando vi en una lista de las obras de Bukowski que la novela se había publicado en 1971, año de mi nacimiento, y que cumplía cuarenta años, al igual que yo, se me prendió la alarma. Aquí está finalmente, para ser compartida.

Agradezco a mis amigos que me acercaron material de lectura y que leyeron el borrador. También a los amigos que me expresaron que la nota les había gustado. Para todos ellos, gracias.





 

El País Cultural

Viernes 23.12.2011  Montevideo, Uruguay


Los inicios de Charles Bukowski
 

¡Cartero!


Daniel Veloso

HENRY CHINASKI tenía la ruta más dura de todo su distrito. Bloques de apartamentos llenos de buzones con los nombres medio borrados, corredores con bombitas de cuarenta watts y, lo más molesto, "viejas en las puertas, de un lado a otro de las calles, haciendo la misma pregunta como si fueran una sola persona con una sola voz: "¿Cartero, tiene alguna carta para mí?".
Chinaski respondía furioso que no. El sudor que le corría por la cara, la resaca por haber bebido toda la noche, más "la imposibilidad de repartirlo todo", hacía de aquello una tortura.
Su jefe, Jonstone -"La Roca", como le decían por detrás los carteros-, le había impuesto esa zona como castigo. Lo consideraba un vago y le hacía la vida imposible.
Chinaski había ingresado al Correo "por una equivocación". Le habían contado que para la zafra de Navidad "contrataban a cualquiera que se presentara". Las perspectivas eran buenas: un trabajo fácil y la posibilidad de conquistarse a alguna vecina. Pero las cosas no fueron así. Como cartero suplente su trabajo no aflojaba, además estaba su jefe, "un tipo con cabeza de buey" que usaba camisas rojas, "lo que significaba peligro y sangre".
Henry alquilaba un apartamento con su novia Betty. Bebían toda la noche y a las cuatro y media de la mañana él debía levantarse para ir al Correo. Las resacas y las cartas lo estaban arruinando. Eran siete suplentes en la oficina "y el único borracho era yo". Esperaban sentados que los carteros titulares llamaran diciendo que estaban enfermos para cubrir sus zonas. Casualmente se enfermaban "los días de lluvia, o durante una ola de calor, o después de un día de fiesta cuando el volumen del correo era doble". El distrito tenía más de cuarenta rutas y los suplentes no llegaban a aprendérselas todas, así que tras intercalar las cartas salían al reparto, "nos quedábamos sin almorzar y moríamos por las calles". Además, "una o dos veces por semana, ya bien rotos, apaleados y jodidos, teníamos los repartos nocturnos". Casi siempre el volumen de cartas superaba la capacidad de reparto de los hombres. "Eran los mismos carteros suplentes los que hacían posible a Jonstone, al obedecer sus órdenes imposibles". Chinaski no entendía cómo a un tipo tan sádico se le permitía dirigir la oficina. Entonces decidió escribir una carta de queja sobre la conducta de su jefe. Llevaba tres semanas de trabajo nada más. Como respuesta le dijeron que Jonstone era "un buen hombre".
Al otro día, a las cinco de la mañana Chinaski fue a la oficina, esperando la represalia. Jonstone no le asignó tarea: "Eso es todo", le dijo. "No hay nada hoy para ti". A Henry no le importó, sólo quería irse a dormir. "Ok, Roca", le contestó. Era el único cartero que se animaba a decirle así de frente. Un rato después estaba de regreso en su casa. "¡Oh, Hank, qué bien!", lo recibió Betty con alegría. Chinaski se metió en la cama, "me pegué a su cálido culo y me quedé dormido en 45 segundos".



  
 
CUESTA ARRIBA. La novela Cartero (Post Office, en inglés), a la que pertenecen estas peripecias, fue escrita por Charles Bukowski (1920-1994) a principios de 1970 y publicada al año siguiente. En ella, Bukowski se inspiró en un período crucial de su vida -los quince largos años en los que trabajó en el Correo- y utilizó a su alter ego Henry Chinaski para narrarla.
El origen de Charles Bukowski, el escritor, y de la leyenda creada por él mismo, se encuentra en los viajes que de joven hizo por Estados Unidos en la década de los cuarenta. De esa época de borracheras continuas, peleas en los bares y trabajos de todo tipo son sus cuentos más conocidos, agrupados en libros como La máquina de follar (Anagrama, 1978), en su segunda novela, Factotum (Anagrama, 1980), o en el guión de la película Barfly, de 1987.
Había decidido recorrer el país para encontrar historias sobre las que escribir. Fueron años duros. En el libro de memorias El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco (Anagrama, 2000), se describía como "un escritor muerto de hambre, medio loco e incapaz de encajar con la sociedad".





 
Entre un viaje y otro, Heinrich Karl Bukowski, tal su verdadero nombre, regresaba a la casa de sus padres, en Los Ángeles, California. En uno de aquellos regresos, Hank, como le decían sus amigos, encuentra trabajo y se instala definitivamente en su ciudad. Frecuentando los bares nocturnos conocerá a Jane Cooney Baker, su primera novia, quien luego será el personaje Betty en Cartero. Ella era diez años mayor. "Tenía un buen cuerpo y sentido del humor pero estaba un poco loca", contaría en una entrevista. Sin embargo Jane era muy importante. Fue la primera mujer con la que tuvo sexo en serio. Antes sólo había estado, y por una noche, con una muchacha de ciento veinte kilos que conoció en Filadelfia.
La relación entre los personajes de su novela, Henry "Hank" Chinaski y Betty Williams, al igual que la que mantuvo el escritor con su novia Jane, era inestable. Muchas veces, cuando Hank regresaba de repartir cartas, no la encontraba en la casa y se quedaba toda la tarde atormentado pensando adónde había ido. Las peleas se hicieron tan frecuentes y violentas que a menudo eran expulsados de donde vivían. "Aquellos días eran tan largos, siempre estábamos borrachos y nos echaban; era como estar en una guerra sin fin", contaría.
En ese contexto es que en abril de 1952 ingresa al Correo. Dirá más tarde que fueron "dos años y medio de infierno, de puro infierno". Levantarse temprano y dormir poco, más el alcohol que tomaba, que hacía su trabajo más difícil de lo que era. Bukowski mantuvo ese ritmo de vida hasta que su cuerpo no dio más y una noche tuvo una hemorragia interna. Fue internado de urgencia por una úlcera estomacal. Un médico le dijo que si bebía una copa más se moriría. Se equivocó. Su estado de salud fue el argumento que usó para dejar el Correo en marzo de 1955. "Este trabajo va en detrimento de mi salud", decía en la carta de renuncia.
Sin poder tomar, Hank se aburría. Entonces Jane le propuso ir a las carreras de caballos. Él no tenía idea de cómo eran. "Era tan ignorante. Ahora voy todos los días", se le escucha decir en un documental sobre su vida.
Al poco tiempo, su novia Jane encuentra empleo como mecanógrafa. "Cuando la mujer con la que vivís consigue trabajo, notás la diferencia", dice Henri Chinaski en Cartero. La relación cambió. Jane se quejaba de que dormía hasta tarde y después se iba a las carreras mientras ella trabajaba todo el día. "Todos los vecinos piensan que yo te mantengo", le dice Betty a Henry en la novela. Esa misma noche lo abandona.




 




EL AMOR ES UN PERRO. Luego de estar a punto de morir, Bukowski sintió "como si tuviera una vida gratis, una vida extra que vivir". Volvió a escribir todos los días. Poesía era todo lo que le salía. "La prosa se había ido a alguna parte". Enviaba los poemas por correo a varias revistas literarias, dispersas por todo el país. Tanta insistencia más tarde daría resultados y sus escritos empezarían a ser publicados. Bukowski llegaría a ser conocido como "el rey de las revistas pequeñas".
Pero durante aquel verano de 1955 las cosas no iban bien. Hasta que la editora de la revista literaria Harlequin, Barbara Frye, una texana de veintitrés años, le comenzó a publicar sus cuentos y poemas. Más adelante Barbara se convertirá en "Joyce" en la novela Cartero.
Bukowski le escribió que estaba solo y la invitó a que fuera a visitarlo a Los Ángeles. También le contó que su cara era como "un renglón torcido", por el severo acné que sufrió de joven. Ella le contestó que no le importaba, porque a su vez tenía una vértebra menos en el cuello. Daba la impresión de que estaba siempre encogida de hombros. Barbara aceptó la propuesta y se fue a vivir con él. Unas semanas después se casaban en Las Vegas.
Como era hija de ganaderos se sentía en la necesidad de demostrar a sus padres que la pareja "podía lograrlo". Es decir, triunfar y, además, trabajando. Bukowski estaba desconsolado. Su esposa era millonaria y él no podía disfrutar de todo ese dinero. "Durante todo ese tiempo, sin saberlo, me estaba labrando el camino de vuelta a la oficina de correos", dice Henry Chinaski en la novela.




 
A Bukowski le seducía la idea de volver a obtener "aquel trabajo cómodo con el Tío Sam". Así es que se anota para ingresar de nuevo al Correo y lo logra. Lo envían a trabajar como clasificador. Hacía doce horas por la noche. Su personaje se queja de que tenía que usar "los mismos músculos una y otra vez, era de lo más agotador. Me dolía todo".
Durante el acto de juramento, al asumir los cargos, eran un grupo de doscientas personas, pero "doce años más tarde sólo quedaríamos dos", dice Chinaski. "Igual que algunos hombres no pueden ser taxistas, proxenetas o traficar droga, la mayoría de los hombres no pueden ser empleados de correos".

Chinaski se le quejaba a Joyce de que ese trabajo lo estaba matando. Le propuso que ambos dejaran de trabajar y se dedicaran a vivir la gran vida. Con el dinero de ella, claro. Pero Joyce quería demostrar a sus padres lo contrario. Las cosas sólo empeorarían, y terminarían divorciándose. Hank tomó el coche y salió a buscar "un anuncio de `Se alquila`. Me parecía ya una cosa bastante corriente".







 

LA MUERTE DE BETTY.  Ese fue uno de los nombres que había pensado para su novela. No habría ayudado a que el libro se vendiera, pero es un indicio de lo que significó Betty, Jane Cooney Baker, para el escritor. Desde su separación no la había olvidado. Hasta que un día se encuentran por casualidad. "Betty había envejecido deprisa. Estaba más gorda", relata Chinaski en la novela. "Era triste. Pero yo también había envejecido". Trabajaba en un "hotel de perdedores" cambiando las sábanas y limpiando los baños.
Unos días después de Navidad pasa por el hotel a verla y la encuentra en su habitación borracha. Eran las ocho de la mañana. Los clientes le habían regalado un montón de botellas con bebidas de todo tipo. Chinaski le dice que si bebe todo eso se va a morir. Ella sólo lo mira. "Lo vi todo en esa mirada". Jane tenía dos hijos que no iban a verla ni le escribían. Además estaba enferma. Bukowski escribe que cuando la conoció por primera vez "era firme de carnes, casi hermosa, con unos ojos salvajes". Todos le habían dicho "que nunca conseguiría dominarla". Quiso llevarse las botellas pero ella no lo dejó. Una semana y media después regresó. La dueña del hotel le dijo que había tenido una hemorragia y que estaba en el hospital. Hank la cuidará un par de días.
En la novela, Bukowski describe el funeral. Fue de mañana, hacía calor y no había ido casi nadie. Estaba uno de los hijos de Betty -cuando llegó al hospital su madre ya había muerto-, y una pobre muchacha que envió en su lugar la dueña del hotel. La tumba no tenía lápida y las rosas de la corona que compró Chinaski estaban marchitas por el calor. Entonces, "la corona empezó a inclinarse y cayó boca abajo". Cuando salían caminando del cementerio el hijo de Betty se le acercó y le dijo que le escribiría pronto para arreglar el asunto de la lápida. "Todavía estoy esperando esa carta", rezongaría Chinaski.
 





UN GORRIÓN NEGRO. Al salir del funeral se fue a las carreras de caballos. "Había ido al hipódromo después de los otros dos funerales y había ganado". Esos funerales fueron los de sus padres, separados entre sí por apenas dos años. Tras la muerte de su padre, en 1958, Bukowski hizo una gran juerga en la casa paterna, de la que participaron varios vecinos. Fue como una venganza por el terrible maltrato que sufrió de niño, desde los seis hasta los doce años.
Mientras, Hank continuó con su trabajo nocturno en el Correo, que le permitía escribir un poco e ir de tarde a las carreras. En la década de los sesenta comienza a hacerse conocido. Sus poemas y cuentos eran publicados por revistas de poco tiraje que publicaban editores amateurs.
En 1964 conoce a Francis Smith, Fay en la novela, una poeta dos años mayor que él. Estaba divorciada, tenía tres hijos, no se teñía el cabello y vestía de negro para protestar contra la guerra. En el libro, Chinaski y Fay viven juntos. Hank se quejaba de que no ayudaba en la casa y de que la cocina estaba llena de platos sucios. Sin embargo, era buena compañía. Chinaski sufría de dolores de espalda y cuando llegaba del correo permanecía largo rato tirado en la cama sin poder moverse.
Un día Fay le cuenta que está embarazada. Hank le propone casamiento, pero ella no acepta. Llegó el día indicado y Hank condujo hasta el hospital. Estaba orgulloso de lo calmada que estaba Fay. Finalmente Chinaski fue padre. La llamaron Marina Louise. Una enfermera se la enseñó a través del vidrio. La niña lloraba. "Pobre y condenada cosita", pensó Chinaski. "No sabía entonces que algún día llegaría a ser una hermosa muchacha con la misma cara que yo, jajaja".
Después de un tiempo, Fay decidió mudarse con la niña. Hank no protestó. Consiguieron un apartamento cerca, así podía ir a visitarla dos o tres veces por semana.


 
 

Entretanto en el Correo la cuerda se apretaba sobre el cuello de Chinaski. Los supervisores lo hostigaban porque no cumplía con los 23 minutos exigidos para clasificar las cartas. También había recibido cartas de apercibimiento que le decían que estaban enterados de que había sido detenido por la policía por manejar borracho. Le recordaban que era "un servidor público" y que por lo tanto su conducta debía ser ejemplar. En otra carta lo suspendieron por irse del trabajo sin permiso.
Habían pasado once años y "no tenía un dólar más en el bolsillo que cuando entré por primera vez". Bukowski pesaba 110 kilos, tenía mareos y dolor de espalda. El trabajo como clasificador lo estaba matando y sus esperanzas de que algún día pudiera llegar a vivir de lo que escribía se hacían cada vez más débiles.
Hasta que en la primavera de 1966 lo visitó un joven llamado John Martin. Entre sus peculiaridades estaba ser miembro de la Iglesia de la Ciencia Cristiana, ser abstemio y poseer una colección de libros, todas primeras ediciones, de autores como Herman Melville, Henry James o Walt Whitman. Cuando comenzó a coleccionar libros de autores posteriores a la Segunda Guerra Mundial, se topó con un tal Charles Bukowski y quedó fascinado.
Durante su visita le ofreció ser su editor. Había impreso cinco poemas de Hank en una pequeña imprenta y le pagó por adelantado al escritor. Con ese gesto lo convenció. Martin vendió su colección a la Universidad de California y con el dinero recibido fundó la editorial Black Sparrow Press, ("gorrión negro", en español).





 

AIRE AL FIN. A fines de los años sesenta el ambiente político de Estados Unidos estaba espeso. En 1967 en Los Ángeles surgió un diario radical, Open City, que desde sus páginas protestaba contra la guerra de Vietnam y la represión policial. El diario invita a Bukowski a escribir una columna semanal. Éste acepta y la titula Escritos de un viejo indecente. En seis meses esta columna lo hará muy popular por todo el ambiente underground de la ciudad.
También lo hizo conocido entre trabajadores y empleados, que se reían leyendo sus historias, generalmente con escenas bizarras y de sexo. No faltó mucho para que algún compañero de trabajo le hiciera notar a sus supervisores que uno de sus empleados era el "viejo indecente" del diario.
Bukowski fue llamado a una reunión en el Correo. Le preguntaron si los textos que escribía eran verídicos. Hank dijo que en parte, "que estaban muy idealizados para que resultaran más atractivos".
El Correo redactó un informe que decía que "la categoría moral" de su funcionario "dejaba mucho que desear". No contentos con esto, enviaron el informe al FBI y esta oficina federal investigó a Bukowski. Hicieron preguntas a sus empleadores, vecinos y dueños de pensiones que lo habían conocido, sobre si era "un americano leal".
Bukowski en la realidad, y Chinaski en la ficción, se encontraban acorralados y dispuestos a abandonar el Correo y jugársela por el camino de la escritura. Por otro lado, a John Martin se le estaba acabando el dinero de la venta de sus libros. Debía reaccionar rápido. Así que fue a ver al escritor y le propuso un trato: le pagaría cien dólares por mes por el resto de su vida y así podría dejar el correo y dedicarse full time a escribir. Martin no sabía que Hank estaba por dejar su trabajo.
Hicieron cuentas. De los cien dólares, ochenta se le iban en el alquiler. Sacando la comida y los cigarrillos, quedaban diez para su hija. Hank diría que estaba bien esa suma, aunque "no para mantener a la niña". Igual aceptó. Eso le dio ánimo para renunciar. Tenía cuarenta y nueve años y por fin podía dedicarse a escribir. Un funcionario le preguntó a Chinaski por qué dejaba el trabajo. "Para hacer carrera", contestó. "Me faltaban menos de ocho meses para mi cincuenta aniversario".
Como los pájaros de Joyce, que Chinaski libera de su jaula, así se sentía Bukowski cuando por fin fue libre. No sabía para dónde ir. Se deprimió, vivía borracho todo el día e hizo un montón de cosas humillantes. "Sabía que pronto, como el hombre que sale rápidamente del mar, sufriría un caso particular de aeroembolismo".




 
Martin le pidió que escribiera una novela, que los poemas estaban bien, pero no se vendían como una novela. Hank nunca había escrito una pero aceptó.
"Empezó a trabajar el dos de enero de 1970", contaría John Martin. El veinticinco de enero lo llamó por teléfono: "ven a buscarla", le dijo. Había escrito Cartero en menos de un mes. Martin diría que lo hizo tan rápido por miedo a quedar en la calle.
El libro lo convertiría en un ícono de la cultura popular estadounidense. El empeño de escribir todos los días durante años le había dado reconocimiento, y sólo así conseguiría mantenerse en ese sitio. Ahora por fin vendrían las entrevistas, el auto nuevo, la casa bonita, los productores de Hollywood, y las mujeres. Pero ésa es otra historia.




Copyright ® Daniel Veloso Mozzo 2014




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