A fines de enero de este año fui a Buenos Aires a entrevistar a Leonardo Moledo, escritor y periodista científico argentino, director del suplemento Futuro del diario Página 12.
A Leonardo tuve el gusto de conocerlo en el ya lejano diciembre de 2001 cuando vino a dar un curso de Periodismo científico, al que asistí, organizado por la Universidad de la República. Después lo volví a ver en la Facultad de Ciencias en un evento sobre difusión de la ciencia. En esas dos oportunidades Leonardo se había mostrado tal como es: un tipo sincero y metedor que cree en lo que hace.
Publicado en el País Cultural el 26 de junio de 2009
Con el periodista Leonardo Moledo
La música de la ciencia
Daniel Veloso
(Desde Buenos Aires)
LA CIUDAD parece flotar en el aire caliente de sus calles y avenidas. El sol cae a pleno sobre los transeúntes que no tienen más remedio que avanzar por las veredas sin sombra. Porque en Almagro realmente falta arbolado, aunque tiene algo de Montevideo. La calle Acuña de Figueroa se interna en el barrio flanqueada por comercios, talleres y casas de los años treinta, recicladas. Por fin, después de muchas cuadras, corta la calle Corrientes, sin luces de revista porteña pero con un intenso tránsito de automóviles.
En un edificio de apartamentos, en la esquina, vive Leonardo Moledo, el hombre que le da voz a los sabios de antes y a los actuales. Enfrente está el café donde es asiduo parroquiano. Allí, aplastados por el calor del verano, es donde nos citó para hablar sobre su pasión por la ciencia.
Moledo nació en 1947 en Buenos Aires, está casado y tiene dos hijos. Es matemático, docente universitario, escritor y periodista científico, destacándose por su estilo desenfadado y coloquial. Escribió libros de difusión científica para niños y jóvenes, tres novelas, dos obras teatrales y varios cuentos de ciencia ficción que aparecieron en las revistas Minotauro y El Péndulo. Trabajó en el diario Clarín en los suplementos de cultura y de ciencia. Fue director del planetario Galileo Galilei de 2001 a 2007, donde desarrolló una innovadora e intensa actividad, como llevar telescopios a los barrios de la ciudad y crear los cafés científicos, gracias a los cuales el público podía relacionarse de forma más directa con los investigadores.
Desde 1997 es el director del suplemento Futuro del diario Página 12.
EL PLANETARIO. Moledo elige una mesa junto a una ventana, se pone los lentes y deja sobre la mesa una caja de cigarrillos y un libro sobre el viaje de Charles Darwin a la Patagonia en 1832.
"A mí las cosas me han pasado un poco sorpresivamente", cuenta. El trabajo en el planetario le fue ofrecido por teléfono por un jerarca de la ciudad que lo conocía por sus artículos. Al principio fue "una época muy revolucionaria y hasta con un poquito de vanguardismo", aplicado sobre todo en las estrategias para acercarse al público. Su trabajo fue divertido mientras duró el entusiasmo, pero luego tuvo que esforzarse por sostener los cambios. "Hay que asentar las revoluciones y esa parte es muy aburrida". Mira por la ventana y agrega: "igual, en el planetario logré varias cosas". Por un lado, mantuvo en funcionamiento el aparato, el planetario propiamente dicho, que no es tan viejo como el de Montevideo que es de 1955, "pero el día que se rompa algo, chau". Un planetario nuevo cuesta alrededor de tres millones de euros.
Mientras el viejo artefacto cumplía su función su atención se centraba en crear guiones atractivos para el público y "en el espectáculo que el planetario iba a mostrar". Una de las principales ideas de Moledo es que hay que hacer sentir la ciencia como si fuera música. Entusiasta de la música clásica, dice: "cuando escuchás este tipo de música no lo hacés para aprender. La música tiene una estructura profunda muy compleja y muy parecida tanto a las matemáticas como a la astronomía".
Opina que lo que el oyente busca en la música "es una cierta comprensión, no convertirse en músico". Entonces, algo similar debe ofrecer la ciencia: "la sensación de comprender, la sensación de que es algo muy grande, que tiene una estructura profunda". Moledo afirma que la persona no necesita conocerla, sino que debe percibirla, "casi te diría, con la intuición".
La tarea de la educación, dice, "no es explicar las coordenadas de un planeta, porque esas cosas son técnicas, pero sí enseñar el funcionamiento del sistema solar". Pone como ejemplo un eclipse solar, cuando la Luna oculta el disco solar al tiempo que la sombra de la misma se proyecta en la Tierra. "Ése es un espectáculo natural tan maravilloso como una sinfonía o como un bosque". La metáfora del bosque lo atrae. Argumenta que cuando un observador está frente a un bosque no necesita saber botánica para disfrutarlo. Pero ayuda saber los nombres de los árboles y las historias que encierran los bosques. "Si conocés todo eso disfrutás del bosque de otra manera y así tiene un significado distinto para vos".
LA BELLEZA DEL MUNDO. El mundo natural está ahí para estudiarlo, para comprenderlo. Un método es el académico, por ejemplo estudiando una carrera. Pero no todas las personas pueden o escogen ese camino. Para Moledo "esas personas tienen que captar al mundo de forma directa y eso es lo que tiene que hacer la divulgación científica". Explica que no tiene que primar una posición pedagógica o didáctica "porque eso es como hacer el papel de la escuela y un planetario no lo es". Según él, en los libros de educación secundaria está todo lo que necesita saber una persona informada del siglo XXI. "Lo demás es actualización y es participar en la belleza del mundo". Esto se logra cuando se comprende que el universo está regido por leyes naturales.
A su vez opina que la ciencia ofrece al ciudadano una lógica y una forma de pensar que lo tiene al tanto sobre cuestiones de debate público, como por ejemplo el empleo de las células madre. "¿Eso está bien o está mal?, ¿es ético? Por eso es bueno tener una opinión y para tenerla uno debe tener una idea sobre esos temas, para que no lo engrupan", sonríe. Agrega que ello es clave para una sociedad democrática en la que sus miembros puedan decidir.
CAFÉ MOLECULAR. Otra idea interesante de Leonardo Moledo es que la divulgación es literatura y que la ciencia se hace en los cafés. "La ciencia se hace con el intercambio de ideas. Si no hay comunicación no hay ciencia, hay una fantasía propia que no tiene ningún sentido mientras no salga al exterior". La ciencia no se hace en el laboratorio, sino en el pensamiento, en la conversación entre pares. "En la conversación se hace literatura, igual que en un cuento o en una novela. Un relato es algo que le contás a alguien y la ciencia es algo que le contás a alguien. Es un relato que el Hombre hace sobre el mundo".
Alcanzar el mayor número de personas con estos relatos es tarea de la divulgación científica, que Moledo define como la continuación de la ciencia por otros medios. Esa es su máxima. "El que está haciendo divulgación científica está haciendo ciencia. Es un científico", afirma.
La ciencia entonces tiene que ser comunicada a los ciudadanos. Por eso a partir de 2001 Moledo, como director del planetario, comenzó a llevar telescopios y microscopios a todos los barrios de Buenos Aires. "Partíamos de la base de que la ciencia es para todos, que es un derecho y cuando decimos todos, es todos en serio". El objetivo era acercar el planetario a las personas que no podían llegar hasta él. Con este objetivo organizó jornadas de observación en barrios pobres o alejados, en hospitales de niños y en cárceles. También se brindaron sesiones en el planetario a personas ciegas, sordas e hipoacústicas.
Su trabajo cobró especial sentido cuando estalló la crisis institucional en Argentina, a fines de 2001. Según relata, en los años que siguieron a la crisis la ciudad vivió una intensa actividad cultural que sirvió de refugio a miles de personas acosadas por la incertidumbre y la exclusión social. En una entrevista de esa época Moledo invitó a las personas a "resistir a la crisis pensando" y obtuvo la respuesta esperada.
Los Cafés Científicos que se hacían en la cafetería del planetario tuvieron un gran éxito de público. Invitaba a investigadores de muchas ramas de la ciencia, haciendo hincapié en que los científicos jóvenes le "perdieran el miedo" a hablar con la gente. Moledo los recuerda como "un lugar en el que ninguna pregunta era impertinente y el contacto cara a cara con el científico de turno se estrechaba, entablando un diálogo ameno y cordial como uno puede tener con el vecino o con el compañero de trabajo".
Caía la tarde y fuera del café, el mundo seguía su curso. El ajetreo en la calle aumentaba con el fin de la jornada laboral y sobre la ciudad, bien alto, las nubes se iban tiñendo de naranja, como siguiendo las notas de una partitura invisible.
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