El País Cultural
Viernes 10.08.2007
Montevideo, Uruguay
Mares y oceanografía
La vida sin luz
DANIEL VELOSO
SE SABE MÁS del espacio exterior que de los mares de la Tierra, y de eso se quejan los oceanógrafos. El dinero que invierten los países desarrollados en estudiar el océano es una fracción mínima de lo que gastan en la exploración espacial y en la producción de armas. Sólo se invierte si hay posibilidades de obtener resultados económicos, como en la prospección de petróleo y gas natural en las plataformas continentales. Otro motivo para la exploración es el militar. Por ejemplo cuando se realizó la cartografía del fondo del mar por parte de la marina estadounidense durante la Guerra Fría. Para 1990 la marina de Estados Unidos había cartografiado cerca de la cuarta parte del océano mundial gracias al sonar multihaz. Al no difundir sus datos, los científicos tuvieron que financiar y construir sus propios sonares. Recién en 1981 la marina permitió que un barco oceanográfico pudiera utilizar un instrumento similar pero de menor resolución, con 16 haces en lugar de 61.
A pesar de la falta de recursos, los oceanógrafos han develado bastantes misterios del océano, como qué fuerzas se manifiestan en su lecho, qué seres lo habitan o qué influencia tiene sobre el clima y sobre la vida en el planeta. En el libro "La exploración del mar", escrito con pasión y sencillez, Robert Kunzig, oceanógrafo y periodista, transmite justamente el estado actual de los conocimientos sobre ese universo líquido que la Humanidad apenas ha empezado a conocer.
Ilustración para 20.000 leguas de viaje submarino, de Julio Verne.
LAS PROFUNDIDADES. Los sabios del siglo XIX argumentaban que el fondo marino era un lugar plano, aburrido y desprovisto de vida. La presión aplastante y la ausencia de luz les llevaba a pensar que allí abajo el agua se estancaba y que no tenía contacto con la superficie. Fue duro vencer tales prejuicios. A lo largo de un siglo los científicos del mar se embarcaron en distintos buques oceanográficos en busca de pruebas. El buque oceanográfico HMS Challenger en 1876 descubrió la cordillera submarina que recorre la parte central del Océano Atlántico de Norte a Sur, conocida como la Dorsal Meso atlántica. Este descubrimiento probaba que el fondo oceánico no era plano y daba una pista sobre el origen de los continentes y las cuencas marinas.
En 1912 el alemán Alfred Wegener lanzó su teoría sobre la Deriva de los Continentes, en la que explica que las masas continentales se deslizan sobre un océano de roca fundida, el Manto. Esta idea, muy resistida, fue confirmada en los 60` cuando se pudo probar que en el fondo del Atlántico se estaba creando corteza terrestre nueva. La lava aflora en un angosto valle tectónico en medio de la cordillera atlántica y, al solidificarse, forma nuevo fondo marino, empujando hacia ambos lados las placas africana y sudamericana. Esta última deriva hacia el oeste, obligando a las placas del Pacífico a sumergirse debajo, creándose una profunda fosa marina, además de la elevación de la Cordillera de los Andes. Se podría decir que el Atlántico crece a expensas del Pacífico. Este descubrimiento ocasionó una verdadera revolución en la geología. No era que los continentes derivaran, sino que era el fondo marino el que se expandía.
Chimenea submarina, rodeada de una colonia de gusanos tubícolas.
OASIS DE VIDA. El fondo del mar, tan poblado de animales como una selva tropical, es muy distinto al mundo sin vida imaginado en el siglo XIX. Lo habita una gran variedad de especies como gusanos planos llamados holoturias o pequeños crustáceos, conocidos como anfípodos además de los animales gelatinosos como las medusas de largas y pegajosas redes.
El 23 de enero de 1960 el batiscafo Trieste, diseñado por el explorador suizo Auguste Piccard y tripulado por su hijo Jacques, descendió hasta el fondo de la Fosa de las Marianas, en el Pacífico Occidental. Lo primero que pudo descubrirse cuando el sedimento del fondo se disipó fue un pez plano similar a un lenguado. La profundidad era de 10.915 metros y allí había vida que soportaba esa presión descomunal, 1100 veces la que se siente a nivel del mar. Hoy día sigue sin conocerse cómo es que sobreviven estos animales a esa presión.
En 1977 otro sumergible famoso, el Alvin, estaba siendo utilizado por una expedición que exploraba la cordillera submarina conocida como Dorsal del Pacífico Oriental, al norte de las islas Galápagos. Los hombres que guiaban el submarino no podían creer lo que veían. Vapores calientes de sulfuro salían de chimeneas submarinas. Pero lo más espectacular fue descubrir verdaderos oasis de vida arracimados en torno a esas fuentes de agua hirviendo. Largos gusanos tubícolas del color de la sangre se apretaban como flores. Cangrejos y peces albinos habían hecho su hogar a 2.500 metros de profundidad y en la más absoluta negrura. Entonces no se sabía cómo hacían todos esos animales para vivir sin seres que generaran alimento a partir de la luz solar, como lo hacen las plantas a través de la fotosíntesis. La respuesta está en que el agua alrededor presenta nubes blancuzcas, ni más ni menos que bacterias que extraen su energía del azufre.
Esos ecosistemas se sustentan no en la fotosíntesis sino en la quimiosíntesis. Tan asombrosa es la adaptación de estos organismos a ese medio hostil que, por ejemplo, los gusanos tubícolas que no tienen tubo digestivo, se alimentan a través de las bacterias que viven en sus cuerpos. Pero estos oasis no son eternos y prosperan lo que dure el agua termal, a lo sumo un par de décadas, siempre y cuando no ocurra una erupción volcánica y toda la vida quede cocinada.
DEPREDACIÓN. Muchos de los preconceptos sobre el mar y sus recursos cayeron a lo largo del siglo XX. Algunos gracias a la ciencia y otros, por la fuerza de los hechos. En 1883, el biólogo inglés Thomas Huxley escribió: "Creo que la pesquería de bacalao y probablemente todas las grandes pesquerías marinas son inagotables, es decir, que nada de lo que hacemos afecta seriamente al número de peces". No podía estar más equivocado. La población de bacalao, un pez que habita las aguas del Atlántico Norte, ha visto descender su número a lo largo de todo el siglo pasado. Lo comenzaron a pescar en el siglo XV vascos e ingleses, intensificándose la captura con la aparición de los barcos a vapor provistos de redes de arrastre. Este tipo de redes devasta el fondo al capturar no sólo las especies de valor comercial sino a muchos otros animales. Poco después, la captura de las especies comerciales se vio disminuida.
En los años veinte, con la invención del filete congelado, la explotación pesquera creció. El eglefino, pariente del bacalao pero más sabroso, fue diezmado. En 1929 se capturaron 120.000 toneladas en el Golfo de Maine, en Estados Unidos. En 1934 sólo se logró extraer 28.000 toneladas, pero nadie atendió al aviso. Mientras, el bacalao volvió a respirar, hasta la aparición en 1954 del primer barco factoría. En pocos años, buques de varias nacionalidades pescaban frente a aguas del Labrador. En 1968 se capturaron 810.000 toneladas de bacalao, el triple de lo que se obtenía antes de los barcos factorías. Frente al desastre que se avecinaba, en 1977 los pescadores estadounidenses consiguieron que se expulsara a los barcos extranjeros fuera de las 200 millas marinas de la costa. Pero el resultado fue peor. Los estadounidenses aumentaron más el "esfuerzo de pesca", impidiendo que algunas especies lograsen su recuperación. En 1992 Canadá suspendió la pesca del bacalao y en 1994 Estados Unidos tuvo que cerrar amplias zonas del mar para darle un respiro a estas especies. A pesar de las advertencias de los científicos, y de que las poblaciones marinas son ya muy pequeñas, no se ha dejado de pescar.
El océano es lo bastante grande como para comprenderlo con facilidad, dice Kunzig, pero "es lo bastante pequeño para estropearlo". La advertencia está centrada en la urgencia de entender el poder que tiene el Hombre para afectar al mar. El calentamiento global causado por el aumento de emisiones de carbono a la atmósfera, por ejemplo, puede hacer que las corrientes oceánicas cambien su rumbo, desencadenando una nueva pequeña era glacial sobre Europa, como la ocurrida en el Medioevo.
LA EXPLORACIÓN DEL MAR. La extraordinaria historia de la oceanografía, de Robert Kunzig. Laetoli-Océano. Navarra, 2006, 387 págs.
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